Con la cantidad de información que tenemos a la mano, es fácil creer que lo más importante son las respuestas. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a valorar el verdadero poder de las buenas preguntas. Nos hemos acostumbrado tanto a buscar respuestas inmediatas que olvidamos que son las preguntas las que realmente impulsan el cambio.

Preguntar puede ser visto como un signo de ignorancia, cuando en realidad es todo lo contrario. Hacer una pregunta es señal de curiosidad, y de humildad. Es reconocer que no tenemos todas las respuestas, que estamos en un proceso de aprendizaje y que el conocimiento verdadero se construye con la colaboración de todos. 

Las preguntas, además, tienen la capacidad de humanizarnos, cuando hacemos una pregunta a otra persona, reconocemos su experiencia, conocimientos y emociones. Una simple pregunta puede abrir un espacio de empatía y comprensión mutua, algo que en tiempos parece más necesario.

Las preguntas también juegan un rol fundamental en la educación, dado que el sistema premia las respuestas correctas, es decir, fomenta la conformidad. En cambio, un sistema que incentive a los estudiantes a formular sus propias preguntas, a cuestionar lo que aprenden y a explorar nuevas ideas, cultivaría alumnos más críticos y creativos.

Las preguntas impactan en la vida cotidiana, las decisiones que se toman nacen de respuestas a preguntas, en momentos de crisis o confusión, en lugar de apresurarnos a buscar soluciones, deberíamos detenernos a preguntar: ¿Qué está realmente en juego?, ¿es realmente importante?, ¿Qué puedo aprender de esta situación?. Las respuestas pueden tardar en llegar, pero es el acto de preguntarnos lo que nos pone en el camino correcto.

En resumen, preguntar no solo nos ayuda a entender el mundo, sino a entendernos a nosotros mismos. Nos invita a profundizar, a descubrir y a cambiar. 

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Autor: Máximo Martínez Campos