Las celebraciones son momentos únicos en la vida. Cumpleaños, bodas, fiestas de fin de año o simples reuniones con amigos suelen estar llenos de risas, abrazos y, en muchos casos, copas que van y vienen. Copas de tragos, pero ¿realmente necesitamos el alcohol para disfrutar de estas ocasiones?, o es la cultura nos ha llevado a creer lo contrario.

El vínculo entre el alcohol y la celebración no es casual. Desde tiempos remotos, distintas culturas han usado bebidas alcohólicas como parte de sus rituales festivos. Se dice que brindamos "para celebrar la vida" o para "desinhibirnos y pasarla mejor".

Es innegable que el alcohol provoca una efervescencia que, por un momento, nos hace sentir libres de tensiones, sociables e incluso más valientes. El problema está en que confundimos esa sensación química con diversión auténtica. 

Un brindis sin alcohol parece incompleto o aburrido. Esto no solo refleja una costumbre, sino también una presión social que nos empuja a seguir el guión establecido. “Tómate algo para relajarte” o “¿cómo que no vas a brindar?” son frases que escuchamos con frecuencia.

Celebrar no debería depender de una copa en la mano, sino del significado detrás del evento y la conexión con quienes compartimos el momento. La risa genuina, las conversaciones profundas o incluso el simple acto de estar presentes pueden ser igual o incluso más placenteros que cualquier efecto provocado por el alcohol.

En resumen, si bien asociamos el alcohol con la alegría y la sociabilidad, no es indispensable para crear momentos memorables. La verdadera esencia de cualquier celebración es compartir, conectar y disfrutar conscientemente. Tal vez con una copa de agua, jugo o un elaborado trago sin alcohol, se puede disfrutar de manera distinta y no ser fome o aguafiestas, es solo una cosa de actitud.

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Autor: Máximo Martínez Campos